por María Ordovás
Hace unos días volví a Zaragoza tras un fin de semana de fiestas en un pueblo de la provincia. No voy a exponer un relato etnológico acerca de las fiestas patronales de los pueblos aragoneses, no. Lo que me dio que pensar a la vuelta es la función social de estos pueblos en la actualidad y la evolución que han ido experimentando en el terreno sociológico.
Todos sabemos, y queda patente en los estudios demográficos que se vienen realizando, que los pueblos de España han ido perdiendo población en favor de las ciudades. Estas migraciones ocurren por diversas causas demasiado complejas para analizarlas en las próximas líneas. Así pues vamos a centrarnos en otro aspecto de estas movilizaciones.
La mayoría de estos movimientos poblacionales no rompen definitivamente su lazo con el lugar de origen, no se produce un desarraigo al contrario de lo que le ocurre al inmigrante procedente de un país más lejano. En nuestros pueblos estos pequeños inmigrantes vuelven a sus casas en ocasiones especiales, vacaciones, fines de semana o fiestas. No es que no nos parezca normal, pero lo que quizá sorprende es que sus descendientes, nacidos ya en la ciudad, hacen lo mismo, toman el pueblo de sus padres o abuelos como el suyo propio y hablan de él como auténticos autóctonos.
En este punto nos enfrentamos a un fenómeno social nuevo: el del crecimiento poblacional no censado en estos núcleos rurales, durante determinados periodos del año.
Los pueblos pierden población inevitablemente cada año, pero en periodos vacacionales la población residente en el mismo puede verse triplicada con la llegada de familiares y descendientes afincados en las ciudades. Así en “la casa de los abuelos” en la que hace sesenta años vivían cuatro personas, ahora se instalan doce tranquilamente, eso si, durante unas pocas semanas.
¿Es éste un intento de conservar nuestras raíces, de agarrarnos a la tierra de nuestros antepasados para no sufrir el temido desarraigo? ¿O es más bien una necesidad de desconectar, de escapar de una ciudad en constante crecimiento, que nos agobia, nos engulle cada día?
El hecho es que los que “tenemos pueblo” acudimos a ellos asiduamente, y los que no intentamos buscar ese alivio en la playa, la montaña y cada vez más en otros pueblos cercanos a las ciudades a los que “emigramos” los fines de semana.
¿Estamos tan agobiados, nos pesa tanto la vida en estas enormes colmenas que utilizamos los pueblos como válvulas de escape?
Estos hechos nos llevan a pensar que quizá los pueblos españoles hayan adquirido una nueva función social en los últimos treinta años. De núcleos poblacionales propiamente dichos con unos habitantes censados dedicados al trabajo y a la vida cotidiana, a segundas residencias de sus descendientes, con una dedicación casi exclusiva al ocio y al descanso. En definitiva, urbanizaciones y residencias vacacionales, aunque no sean de primera mano.
1 comentario:
Maria Or por un momento pensé que ibas a hacer uno de mis "Soy más de pueblo"...
Pues yo creo que lo que les pasa es que están sin escoscar en la ciudad y de vez en cuando intentan escoscarse en el campo, pero no lo acaban de conseguir porque ya ves como son estos almendrones...
Publicar un comentario